La cuestión de la entrega de tierras

Compartimos la nueva columna de opinión del Dr. Roberto Spratt, ex Juez Federal

El españolísimo Jiménez Lozano resalta “la orgullosa y ridícula pretensión de crear mundos, por quienes se sienten demiurgos, poderosos dioses de la mitología que sacaban de la nada sus mundos. Despreciando o desconociendo el rostro y la memoria de los hombres, sus sufrimientos y sus sueños, la hermosura del mundo y su extrañeza”.
El venezolano general Chávez, convenció una vez fácilmente a la presidente Cristina Kirchner para ocultar la memoria de Colón, sacándolo de la vista por genocida. No importaba usar el verbo más cruel, lo inimaginable y que se usen en sucesos anteriores al origen mismo del término. Pero no son únicos: los artífices de nuestra institucionalidad, comprometieron a los estados nacionales y provinciales a la entrega de tierras a herederos de las comunidades originarias (art. 17, 2ª parte.) y se ha generado movimientos alrededor de todo eso.
Sucintamente, allí se garantiza la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan. Ocupan hoy y desde siempre. Obligándose a regular “la entrega de otras aptas y suficientes para el desarrollo humano”.

Dr. Roberto Spratt, ex Juez Federal.

Si valioso es conservar una tradición como valor en riesgo a desaparecer, la cuestión de tierras ha generado situaciones de violencia, efectiva o potencial, con riesgo a crecer y convertirse en un nuevo terrorismo. La pregunta que no parece haber sido hecha es, si las normas constitucionales son posibles.
Disponen la obligación de recrear el hábitat natural y también humano, estableciendo una experiencia cultural, que roza lo ingenuo o romántico. El hábitat (entendido como conjunto de factores físicos y geográficos que inciden en el desarrollo de comunidades) no está al alcance de lo humano; imposible científicamente e imposible de ser pensado como realidad, porque no somos creadores haciendo presente lo pasado. Nadie puede manipular los tiempos, ni somos artífices o creadores de vida. Sólo capaces de recrear una comunidad hoy que será distinta a la llegada del tiempo. Podremos reconocerla y cambiarla, pero siempre será otra, distinta a la del pasado. Tiempo y vida no son manipulables. No son verbos afines a nuestras posibilidades. Por lo que, ese desarrollo es imposible desde lo científico, filosófico, teológico y sentido común.
Desconozco la existencia de comunidades en las condiciones dadas por la Constitución, pero entiendo que no hay comunidad originaria en posesión ininterrumpida de la tierra por más de cien años. O dispuestas a la vida de antaño, cazando o pescando eternamente, viviendo como pasado.
No parece digno, aunque muchos intereses espúreos giren alrededor de la idea, obligar a una comunidad humana a sujetarse a la naturaleza y al pasado. La magia de la vida es su sorpresa, no saber lo futuro. El hábitat cambia y allí también vive y cambia la esperanza.
El caso Maldonado pareció explotar la obligación de cumplir con la Constitución, pero nadie se detuvo a pensar si es posible. Hasta hoy, la propiedad se rige por las leyes comunes.