El grupo de cicloturismo de La Loma nuclea una comitiva numerosa y heterogenea que lleva varios años de travesías. “El paso a Chile lo hacemos por el sur de Calafate, se toma por la ruta 7, entramos por Bella Vista, a la altura de Río Grande en Tierra del Fuego y se termina en Ushuaia”, resume Luis Vázquez, al frente de la excursión que en su versión mas numerosa integraron 35 ciclistas y, en la más pequeña, sólo una pareja.
Pedalear, tratar de vencerle la pulseada al viento y dejar que el paisaje seduzca los sentidos es lo que hacen los integrantes del grupo de cicloturismo La Loma en cada uno de los viajes que realizan en sus bicicletas. A punto de cumplir los 100 mil kilómetros de travesías, le anticiparon a EL DIA cómo será el vigésimo octavo cruce a la cordillera de Los Andes que emprenderán en unos días.
Nucleados por el amor a un medio de locomoción que los invita a hacer actividad física al aire libre, al mismo tiempo que a vincularse a un grupo que ya tiene 4 mil suscriptos, se asegura que hay propuestas para todos los gustos, posibilidades y edades, porque también hay pequeños que forman “La Lomita”.
El grupo La Loma destaca que si bien el disfrute por los viajes en bici es el estímulo mas grande, también lo mueve un aspecto social y por eso dan charlas en escuelas, les llevan juguetes a niños humildes o donaciones a pueblos en los que las carencias esenciales son comunes a la mayoría de sus habitantes.
“Hace un tiempo llevamos pizarrones y material didáctico a pueblos de Salta que están cerca de esa capital, pero a los que nadie ayuda”, agrega Luis.
Como parte de las actividades cada semana se programan paseos por caminos rurales de la Región y cada tanto, una o dos veces por año, a modo de cierre de ciclo, se organiza un viaje largo como el que harán el 13 de enero con un traslado aéreo que dejará a 18 ciclistas – 8 mujeres y 10 hombres – en El Calafate – Santa Cruz -, punto de partida de los 1200 kilómetros que planean cumplir. El viaje por el sur será de 21 días y para la mayoría constituye sus vacaciones.
“El paso a Chile lo hacemos por el sur de Calafate, se toma por la ruta 7, entramos por Bella Vista, a la altura de Río Grande en Tierra del Fuego y se termina en Ushuaia ”, resume Luis Vázquez, al frente de la excursión que en su versión mas numerosa integraron 35 ciclistas y, en la más pequeña, sólo una pareja.
Después de dormir en el puesto de Vialidad El Cerrito, visitarán el parque nacional Torres del Paine, área silvestre protegida y uno de los más grandes e importantes parques chilenos.
Como los “bici – exploradores” son curiosos y tienen la libertad de desandar caminos poco usuales para el turismo convencional también prevén visitar el cerro Castillo. “Nos hicieron un mapa a mano para llegar al campamento”, cuenta Mirko Corrado, quien realizará su segundo viaje largo en bicicleta, ya que el año pasado recorrió Los Antiguos e ingresó a Chile a través del río Mayo.
Cada ciclista lleva alforjas con un poco de ropa, bolsa de dormir, carpa, elementos de cocina y algo de comida deshidratada para usar en aquellos sitios en los que proveerse resulta mas complicado.
“El promedio de los que viajamos es de 55 años y los mayores tienen 65”, apunta Vázquez quien asegura que las salidas de los fines de semana son un buen entrenamiento que la mayoría complementa en el gimnasio con spinning – un ejercicio aeróbico y de frecuencia de pedaleo -.
Un viaje de esas características sorprende cada día con escenografía natural y el factor imprevisto que puede ser en algunos casos que la bicicleta se rompa o que un lugareño abra su casa para que el ciclista se de un buen baño.
Lo que se transforma en una fastidiosa faena, fundamentalmente para los principiantes, es armar y desarmar las alforjas todos los días, darse cuenta que se llevó demasiada ropa o que faltaron otros elementos esenciales para el confort de las particulares vacaciones. En general esos bártulos representan una carga de unos 20 kilos.
Los ciclistas aseguran que el viaje siempre arranca 3 meses antes de su fecha de salida, la travesía comienza cuando se extiende el mapa sobre la mesa para hablar de las rutas. “Todo aquel que hace deportes, disfruta del esfuerzo; encontrarse uno mismo con su bicicleta en el medio de lugares tan solitarios demuestra que en este mundo somos como una hormiguita”, reflexiona Carlos Ibarlucia, él realizará el viaje con su esposa Mónica.
El matrimonio comenzó la disciplina en 2007, sus cuatro hijos se habían ido independizando y el síndrome del “nido vacío” les provocaba una nostalgia que les horadaba el alma. Aunque el ciclismo, asegura Carlos, también les dio nuevos amigos y les sirvió para contrarrestar patologías como el colesterol o la osteoporosis.
Como aquel que tiene una gran receta para lograr momentos de plenitud, los ciclistas no se cansan de hablar de los beneficios de la actividad. “Nos metemos pedaleando en el río”, “jugamos como chicos en las pendientes”, “hay pueblos que nos reciben con aplausos, como si fuéramos estrellas”, “vivimos momentos muy cómicos como ver compañeros que le hablan a la bicicleta para que no se rompa o que la agarran a piñas y, cuando son sorprendidos, disimulan”. Todo parte de una bitácora en la que la palabra rutina no aparece ni jugando al scrabble.
Combustible solidario
La experiencia también genera solidaridad porque en un viaje de 21 días, en los que se pedalea entre 60 y 100 kilómetros por día, el combustible es la fuerza motriz y la voluntad de cada uno y es casi imposible que en algún momento no sobrevenga el cansancio, la idea de abandonar o el malhumor. Sin embargo, la generosidad y la contención grupal resultan clave para seguir adelante y, según afirman, hasta fortalecidos.
La incorporación de un rastreador satelital les permite a los ciclistas viajar mas tranquilos porque ante cualquier emergencia saben que con ese aparato podrán ser ubicados para recibir ayuda.
“Paramos donde los ojos nos invitan”, dice Luis que a diferencia de muchos no está preocupado en averiguar precio de hoteles y excursiones.
Fuente: Diario El Día.
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