Un martes de enero de 1983, Javier Rivero partía de su querida San Juan en busca de un “nuevo horizonte” que lograra mejorar la calidad de vida de sus padres. Su padre, atravesaba una compleja enfermedad y el contexto “obligó” a partir desde Mendoza a un joven Javier que con tan sólo 23 años, llegó a Tierra del Fuego para no irse nunca más.
RÍO GRANDE. – Un martes de enero de 1983, Javier Rivero partía de su querida San Juan en busca de un “nuevo horizonte” que lograra mejorar la calidad de vida de sus padres. Su padre, atravesaba una compleja enfermedad y el contexto “obligó” a partir desde Mendoza a un joven Javier que con tan sólo 23 años, llegó a Tierra del Fuego para no irse nunca más.
En diálogo con Radio Universidad (93.5), el artesano Javier Rivero, reconocido tallador en madera de lenga, relató su arribo al Corazón de la Isla después de “un vuelo anímicamente muy duro. Cuando partí le escribí una intensa carta a mi padre porque era la primera vez que me despegaba de mi familia. El martes salí en colectivo desde Mendoza y el jueves ya estaba en Comodoro Rivadavia y allí me tomé un avión hasta Río Gallegos, en donde comencé a amigarme con el viento. Desde ahí me tenía que tomar un vuelo a Ushuaia y venía tan cansado y estresado que me quedé durmiendo en el aeropuerto junto a mi bolsito. Al otro día, me despertaron y me comentaron que me habían llamado varias veces por el altoparlante, por lo cual me tuve que tomar el siguiente avión y a las 12:15 ya estaba en Ushuaia”.
Tras seis mese durísimos, su padre sufre una embolia cerebral. “No tenía ninguna forma de volver. En ese momento, le solicité al entonces gobernador Suárez del Cerro, un espacio en el avión sanitario Lear Jet. Durante el viaje el avión baja en Río Grande en donde se registró un incendio. El trágico suceso tuvo como saldo un nene fallecido que venía en el Lear Jet. Fue a la altura de Río Negro. Volvimos a Río Grande y me bajé con la decisión de hacer dedo porque quería llegar de cualquier manera; Suárez del Cerro solicitó que buscaran a unos mecánicos y finalmente tuve la suerte de llegar a Buenos Aires”.
El artesano consideró la acción del exgobernador como un “gesto increíble en una etapa muy dura. Finalmente falleció mi padre y luego volví”.
Desde la cuna, hasta la querida India Varela
El artesano tolhuinense considera haber nacido “siendo tallador. Yo me fabricaba mis juguetes de chico; me hacía camiones y me subía arriba de ellos. Para mi era más práctico hacer mis juguetes y usarlos a mi manera”.
“Cuando llegué a ushuaia trabajaba en una empresa de garrafas y cuando tenía tiempo me iba a la Avenida San Martín que estaba la increíble Enriqueta Gastelumendi, la India Varela, con quien aprendí muchísimo y con quien hice mi primer trabajo; fue un lagarto y un caimán en madera chiquito, y cuando vio que lo hice me solicitó que viniera y esté aprendiendo con ella porque no tenía descendientes. Han transcurrido 26 años de profesión y yo veo esos trabajos y aparte de ver lo feo que los terminé porque tienen detalles, los veo y me emociona porque ahí está mi historia”.
Los tallados más importantes
En diálogo con Alberto Centurión, director de Radio Universidad 93.5 y Provincia 23, Rivero recordó el particular pedido de un español. Se acercó y me preguntó si me animaba a tallarle todos los pescados que él había capturado por el mundo, por lo cual realicé 58 piezas de salmón. Ese trabajo me llevó un año. Me llamaba una vez por semana desde España y ahí discutíamos la pieza que estaba tallando y sacábamos conclusiones”.
“También me pasó algo muy loco. En el río Pisuerga, en Valencia, el compró una isla donde tiene un espacio propio y donde sacó una trucha que no era original de ese río, y la que él sacó en su espacio, no tenía puntos. Entonces sacó la conclusión de que era una subespecie. Me pidió que le tallara cinco piezas para regalar y para llevarlas a analizar para ver si se trataba de una subespecie y cuando le confirmaron que se trataba de una subespecie, me llamó para que nos pongamos de acuerdo con el nombre”.
La importancia del sentido de pertenencia
Asimismo, destacó las inquietudes de los alumnos que visitaron las diversas obras realizadas por distintos talladores que participaron de la última Fiesta Provincial de la Lenga que se realizó en Tolhuin. “Allí hice un chulengo, un guanaco y una máscara Selknam para mostrarle a los adolescentes que hay una especie que hay que cuidar. En esa jornada también se acercó la Alcaldesa de Porvenir para brindarme un agradecimiento. Me comentó que observó unos trabajos míos en la Hostería Kaikén y a las esculturas Selknam que se encuentran en el ingreso a Tolhuin; también me reveló que en base a dichos trabajos se encuentran avanzando en un proyecto similar. Yo creo que es un buen aporte para rescatar nuestras raíces.
Yo amo el bosque de lenga y todos los que hay en la zona patagónica. Es una pena usar un árbol de lenga que tarda entre 100 y 120 años en ser adulto, para pallet. Es un desperdicio”.
En este sentido, comentó que “en la última exposición me pasó algo curioso. Se acercó un amigo y me contó algo que me quedó dando vueltas: Él me decía que en su último viaje a China, pasó por Japón y estaba en el hotel un poco aburrido y vio a tres chicos en patineta que iban y venían. Y en un momento uno de ellos se sienta al lado de él con su patineta y mi amigo observa un sello en la patineta que decía Lenga Fueguina; y yo sueño con eso. Sueño que se le dé el valor que se merece porque se trata de una de las maderas más nobles”.
El sueño del Museo
Rivero aseguró que va a “morir aprendiendo” y reveló que le gustaría escribir “todo lo aprendido, junto a mi sueño de realizar el Museo de la Madera, porque sueño con un Tolhuin como villa turística con dos objetivos: captar el turismo que pasa de Calafate a Ushuaia y captar el turismo interno que es muy importante.
Tolhuin debería ser un jardín. Tener espacios donde la gente pueda relajarse, hacer deportes, etc”.
La amistad con el Padre Zink
Finalmente, se refirió a la amistad que mantuvo con el Padre José Zink, a quien dicho sea de paso, le talló un mate. “Con él realizamos un trabajo que quedó en la historia; un día Alejandro Menéndez Behety me invita a almorzar y me presentó a Doña María Menéndez, dueña de Cabo Peña, y ellos querían hacer una capilla y querían que les realice los portasantos. El Padre Zink fue a inaugurar la capilla, parecida a la que José Menéndez hizo cuando llegó. Fue un momento muy emotivo”.
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