Columna de opinión del Lic. Fabio Seleme (*)
Solo en fantasías la identidad es un conjunto de características y elementos positivos definibles a partir de sí mismos. En la realidad la identidad es siempre un imposible pendiente entre relaciones de distintos elementos que se excluyen.
En su libro Archipiélago, queriendo hacer entrar en el espejismo de la única supuesta historia a toda historia, Ricardo Rojas se sirve del legendario antagonismo entre Atenas y Esparta para caracterizar a los primeros habitantes del sur y el norte de Tierra del Fuego, respectivamente. Fuertes y de gran porte físico, guerreros y cazadores, el pensador tucumano, creyó ver rasgos espartanos en los selknam, mientras que los yaganes, físicamente menos dotados, pero con un idioma rico y analítico de 32.000 voces, navegantes, traficantes y conversadores, le resultaron parecidos a los atenienses.
Lo cierto es que, con el tiempo, los territorios que cada uno de estos pueblos dominó en la isla vieron surgir en paralelo dos ciudades, a la misma distancia por ruta y tan antagónicas como las que usó Ricardo Rojas para comparar a selknam y yaganes. Entre los límites verticales de la cordillera, que confinan el canal de Beagle, se enclavó pintoresca y exuberante Ushuaia; y en la horizontalidad ilimitada de la planicie se construyó, sobria y rústica, Río Grande. Y por alguna inefable razón, como si se tratara de la determinación de nuestro límite ontológico, la analogía dicotómica de Ricardo Rojas se proyectó congruente, con los respectivos matices identitarios, en las dos ciudades.
Ushuaia es la ática capital política, ciudad abierta, con un puerto comercial, cosmopolita, turística y con una rica oferta cultural, mientras que Río Grande es una ciudad de provincia, industrial, metalúrgica, petrolera y proletaria, aguerrida y hecha a la intemperie ventosa, laconiana capital económica. Penumbra cordillerana boscosa recelando de la perspicuidad esteparia de meseta y viceversa, la identidad fueguina parte fallidamente de un dos problemático que ordena el territorio mucho antes de la existencia de la provincia más tardía de la Argentina. Y en esa polaridad por corrimiento de lo mismo abreva nuestro freudiano narcisismo de las pequeñas diferencias, la fraternal hostilidad amorosa, sustitutiva, defensiva, elaborativa y estructurante.
Todo tan falsamente problemático, efímero e inestable como la diferencia entre la nieve y el hielo que reivindican para sí las ciudades. Cuestiones climáticas, culturales y conceptuales que no dejan de confundirse al separarse. Por ejemplo, mientras Ushuaia es la ciudad escenográfica para el arte (objeto de canciones, poesía, películas, recitales de música clásica, etc.) es Río Grande la fundada poéticamente por Mingo Gutiérrez, Patricia Cajal y Fredy Gallardo. Algo parecido a lo que pasaba en Grecia donde siendo Atenas el escenario estelar de la filosofía antigua era Esparta la ciudad pensada y constituida por un filósofo: Quilón.
Ambas ciudades, con similares números de habitantes, funcionan como el exterior constitutivo de la otra. Y así las dos se requieren presintiéndose como la amenaza tras la cordillera, asemejadas en la diferencia de imaginar el horror inmotivado con la misma certeza, pero con sentidos opuestos, más allá del Paso Garibaldi: vértice mítico de unión y quiebre. Hasta las universidades se distribuyen en pugna. En Ushuaia, tiene sede la Universidad Nacional de Tierra del Fuego de oferta amplia y flexible con una extensión académica en Río Grande. En Río Grande, tiene sede la Universidad Tecnológica Nacional Regional Tierra del Fuego con su oferta técnica rígida centrada en las ingenierías y con una extensión áulica en Ushuaia.
Todas las energías son tan proporcionadas, que prácticamente la totalidad del universo urbano se encuentra duplicado e invertido dentro de lo que parece una eterna y vernácula guerra del Peloponeso. Atenas y Esparta, yaganes y selknam, Ushuaia y Río Grande polarizan la realidad de la isla y viven en una tensión permanente sobre la que flota vacío el significante fueguino.
Imposible como en cualquier cuerpo social, la unidad, faltante, lleva el nombre de ese antagonismo, donde sin embargo es factible una identidad relacional a partir de los elementos que adquieren su significación, función o lugar a partir de sus posiciones diferenciales. Rivalidad y oposición sin un sentido, pero que resultan en la contradicción, condición de posibilidad para construir uno. Identidad discursiva factible en el punto de encuentro entre la «diferencia» y la «equivalencia». Lo ushuaiense y lo riograndense, tal vez, son los sintagmas de una combinación posible si se interpelan y aperturan con voluntad de desinscribir su historia de la única supuesta historia, y si estamos dispuestos a no dejar intacto, en ese acto, a lo que cada uno de nosotros somos.
(*) Secretario de Cultura y Extensión UTN-FRTDF
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