Columna de opinión, por Fabio SelemeEn la mitología selknam, Kuanip es quien enseña a poner por primera vez una afilada punta de hueso en el venablo y hacer dientes en esas puntas para que no se escapen las presas. Entre otras artes, educa también en el manejo del fuego y cómo usarlo en la cocción de los alimentos. Divino instructor que vino a liberar al pueblo del horror antártico escribe Ricardo Rojas. En la narrativa de los que nos precedieron, la epopeya de Kuanip, marca el punto de inflexión donde se opera una transformación humanizante del tiempo. Los gestos de donación de conocimiento técnico que hace el héroe cultural son los que señalan ese comienzo de la temporalidad de la existencia en nuestra isla, revelando una verdad profunda: todo hecho auténticamente humano y, por tanto, cultural e histórico tiene base técnica.
Kuanip no es un ser autóctono en el mito, viene del norte. Pero eso no significa que viene de algún lugar en particular. Aquella extranjería, es la de ese don que Kuanip trae y nos humaniza. Se señala con ese carácter foráneo que el conocimiento no es algo natural ni originario de la tierra. Es siempre un plus, un más allá de la naturaleza, que hace del hombre un ser singular entre todos los seres. El conocimiento es extranjero en todos los sitios, en tanto pertenece a una dimensión que no nos es propia.
Bajo esa misma impronta simbólica un día llegó del norte la Universidad a Tierra del Fuego. Fue un 14 de septiembre de 1982. A partir de aquel momento la ciudad de Río Grande y Tierra del Fuego cambiaron su carácter. Y no llegó cualquier Universidad, vino la Universidad Tecnológica Nacional, la única Universidad federal, nacida como Universidad Obrera al calor de un proyecto de liberación y desarrollo nacional peronista, creada para formar profesionales dispuestos a ensuciarse las manos en el trabajo y alejada del academicismo y la charlatanería, a decir de su fundador. Dedicada especialmente a formar profesionales tecnológicos para las fábricas, la radicación de la hoy Regional Tierra del Fuego de la Universidad Tecnológica Nacional estuvo asociada a la premisa de sostener de manera genuina el desarrollo industrial promovido por el subrégimen de la ley 19.640 que tenía como fin, a su vez, la consolidación de la población en el entonces territorio nacional. Lógicamente, no podía haber industria sostenible sin conocimiento, ni conocimiento sin universidad. La UTN es así el Kuanip institucional de Tierra del Fuego, en tanto que la Universidad es el extraordinario lugar donde se cultivan con investigación y docencia las técnicas, las ciencias, las tecnologías y el espíritu. Bibliotecas, salones, laboratorios son los escenarios prometeicos donde docentes, alumnos y graduados producen y trasmiten y, con esa trasmisión mantienen, el don del ingenio, el valor más preciado de la humanidad.
La radicación de la UTN en Tierra del Fuego supuso entonces un hito fundamental en el proceso de institucionalización del territorio fueguino. La significatividad del hecho radica en que constituyó un elemento decisivo en la incorporación definitiva del territorio a la Nación ya que permitió sedimentar prácticas y convenciones culturales, económicas y políticas en la conciencia colectiva y las subjetividades, tales como la posibilidad de una simbolización discursiva de la autonomía, capaz de antagonizar con el ejercicio vertical del poder político. La Universidad representó la llegada de la libertad del propio pensamiento, a un territorio que viajaba de ser una colonia penal a ser la provincia veintitrés.
La Universidad vino así a estos confines a instrumentalizar el progreso reflexivo, que permite romper las inercias y mandatos, poner en duda la naturalidad del paisajismo y dejar que el espíritu innovador, creativo y transformador traiga el futuro. La inteligencia, la curiosidad y el conocimiento nos hicieron más libres desde la práctica universitaria, en tanto el saber amplía el abanico de posibilidades entre las cuales elegir. Y es la libertad fundada en conocimiento la condición de posibilidad para la democratización del poder político.
Claro que la técnica no es un don sin riesgo. Es un don, pero no un puro bien. En el mito de Kuanip, el héroe, sugestivamente, con la técnica pone fin a la era de los Hoówin y de la luz ininterrumpida, que es acotada con la instauración de la noche y el sueño, como correlato cotidiano de la muerte. El relato ancestral parece hacer eco en el vaticinio de Heidegger que dice que «con el día de la técnica, que no es sino la noche hecha día, un invierno sin fin nos amenaza a los hombres». Porque si la técnica es lo que apalanca la producción, por otro lado, es lo que provoca la extracción del poder y la fuerza de las cosas y nos pone en peligro, porque, sencillamente, la técnica también puede destruir.
La posesión de la técnica por parte de la Universidad también incluye, por lo tanto, la conciencia de su riesgo. Y esa inclusión supone, entonces, una visión de desarrollo humano colectivo que la UTN tiene implicado en el carácter humanista, que por finalidad, le reconoce a la formación de ingeniería. Es en este sentido que la Universidad busca desarrollar nuestra tierra, a partir de una posesión distribuida del conocimiento, que sirve al habitar del hombre con significado, poniendo en juego centralmente la productividad, pero bajo dominio de la eticidad de las profesiones.
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