El ex candidato libertario se cortó solo, armó su propia lista y hoy compite contra el espacio que lo impulsó. ¿Convicción o conveniencia?
Durante años, Ramiro Marra fue una de las caras más visibles del discurso libertario en la Ciudad de Buenos Aires. Joven, disruptivo, provocador. Se presentaba como un outsider, como ese dirigente que venía a decir lo que nadie se animaba, a señalar a la “casta” con nombre y apellido, y a derribar desde adentro las estructuras vetustas del sistema político. Pero todo cambió. Hoy, a casi un año y medio de mandato de Javier Milei como presidente, Marra ya no es símbolo del cambio: es su contracara.
Lo que comenzó como un roce interno terminó en ruptura sin retorno. Luego de votar a favor de un aumento impositivo en la Legislatura porteña —una jugada inaceptable para cualquier libertario de base—, Marra fue expulsado sin contemplaciones de La Libertad Avanza. La decisión, encabezada por Karina Milei, fue clara y contundente: quien traiciona los principios, queda afuera. Y con esa puerta cerrada, Marra eligió otro camino: competir por fuera, dividir al espacio que lo llevó al poder, y presentarse con un sello reciclado.
“Libertad y Orden” es el nombre de su nuevo espacio, sostenido por la sigla de la UCeDé. Un partido que, si bien tiene raíces neoliberales, hoy funciona como estructura electoral para quienes se quedaron sin lugar en los armados más competitivos. En otras palabras, Marra pasó de ser uno de los primeros soldados del cambio a depender de un sello del pasado para seguir en carrera. Una postal política que no deja dudas: la “casta” no siempre se combate desde afuera… a veces, se termina negociando con ella.
Y lo más llamativo es que su candidatura compite directamente con la de Manuel Adorni, vocero presidencial, figura en ascenso y candidato oficialista en la Ciudad. No se trata solo de disputar un lugar: es una confrontación directa con el proyecto que lo hizo crecer. Y no con cualquiera: con Milei. Con su equipo. Con su narrativa. Con su autoridad.
Lo que Marra intenta justificar como una defensa del “verdadero liberalismo”, para muchos es simplemente una maniobra personalista. Su voto a favor de un impuestazo, el armado de una lista paralela, la alianza con estructuras tradicionales y la competencia directa con la boleta oficial de La Libertad Avanza configuran un combo difícil de defender desde la coherencia. Porque si hay algo que el mileísmo exige -y no negocia- es eso: coherencia.
¿Lo hace por principios? ¿Por convicción ideológica? ¿O simplemente porque no toleró quedarse afuera del juego? Las respuestas se diluyen frente a la evidencia. El que denunciaba las miserias de la política hoy repite sus vicios. El que hablaba de la casta, hoy compite con ella.
Más allá de lo simbólico, el efecto real es grave. Al abrir una lista propia, con estética libertaria y discursos similares, Marra busca fragmentar el voto que Adorni necesita consolidar en la Ciudad. Lo confunde. Lo divide. Lo desgasta. Y eso -en plena etapa de consolidación del oficialismo libertario- puede ser letal. Porque donde el mileísmo necesita crecer con claridad, unidad y dirección, Marra aparece como un factor de ruido. Y el ruido, en política, siempre lo aprovechan los mismos de siempre.
Marra pudo haber sido un protagonista del cambio. Tuvo visibilidad, respaldo y un lugar privilegiado. Pero eligió correrse. Eligió competir por fuera, jugar solo, y -según muchos dentro del oficialismo- convertirse en funcional a los que quieren que nada cambie.
Hoy su figura no representa una alternativa: representa un problema. Una contradicción ambulante entre lo que dice y lo que hace. Entre el personaje y el dirigente. Entre el Marra que prometía patear el tablero y el que terminó negociando para no caerse de él.
La conclusión en el entorno de Milei es tajante: quien divide, traiciona. Y quien traiciona, ya no es parte del cambio. Es parte del problema.
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