Por Federico G. Rayes
Durante 2024 la gestión Milei ocupó sus esfuerzos en normalizar las variables macroeconómicas domésticas. El déficit fiscal, los pasivos remunerados del BCRA con vencimientos a un día; el exceso de dinero, la inflación desbocada, las tarifas reguladas y el caos de precios relativos fueron los principales objetivos de un programa pragmático que se ejecutó bajo la presión de una terapia intensiva; pero cuyos resultados fueron tan satisfactorios que se sorprendieron hasta los propios. En ese contexto el frente externo recibió la contención necesaria, pero otras medidas son inexorablemente requeridas.
La economía no es una ciencia exacta y más de una receta puede aplicarse para llegar al mismo destino; con éxito o no, lo seguro es que todos estarán mirando dispuestos a opinar mientras algunos se ocupan. Durante el pasado año los desafíos económicos fueron enormes en todos los frentes. Desde el primer día la nueva gestión se enfrentó a una economía recalentada impulsada únicamente por estímulos monetarios espurios que se agotaban en períodos de tiempo increíblemente cortos; con una espiral precio-salarios al borde de desencadenar un proceso de hiperinflación; un Tesoro Nacional y un Banco Central quebrados, y un horizonte de corto plazo de insostenibilidad de deuda en dólares y en pesos. Todo esto al borde del colapso, sólo contenido por la emisión monetaria continúa; el cepo y demás restricciones del mercado de divisas y la esperanza de un cambio de gobierno y del advenimiento de políticas correctivas en el corto plazo. No estuvo exento todo este proceso de la incertidumbre vinculada a la llegada de un outsider de la vida pública, con nula experiencia en la gestión de gobierno, debilidad en el frente político y embanderado en disruptivas promesas de dolarización, cierre del Banco Central, achicamiento del Estado y guerra contra el status quo. Hasta aquí un combo explosivo que no sabemos cómo terminará; pero sobre el cual ya tenemos la discusión del final del Capítulo 1 (2024). En resumidas cuentas, el proceso fue de menor a mayor y la madeja de problemas se fue desanudando de a poco, sin estar exentos de problemas de toda índole. Así las cosas, el segundo semestre del año fue superlativo y particularmente el cuarto trimestre fue un avión. Las variables económicas en general más observadas hicieron piso en algún momento entre marzo y junio; para iniciar un rebote claro a partir del tercer trimestre. El proceso no estuvo (está) exento de heterogeneidades sectoriales; más aún el cierre del año fue contundente: en diciembre 2024 la actividad económica igualó a la de octubre de 2023; pero con el agregado de alto valor de una corrección de distorsiones de todo tipo. Aún hay mucho por lograr, pero estamos más cerca que antes.
En el frente externo la primera batalla fue dura y el gobierno salió victorioso. Se resolvió con éxito y astucia los impagos de importaciones acumulados principalmente el último trimestre de 2023; se atendieron los compromisos de deuda soberana, se levantaron gran cantidad de restricciones para familias y empresas y se flexibilizó el acceso a importadores. Cierto es que acompañó el contexto; los ingresos por exportaciones fueron buenos; el ‘blanqueo’ hizo su relevante aporte; y la recesión del primer semestre minimizó las importaciones. En esta situación, la reactivación de la economía del cierre de 2024 devolvió a primera plana el problema cambiario conocido por los argentinos: para crecer se necesitan dólares al igual que para pagar los compromisos de deuda externa.
Es una certeza que, durante 2025, además de seguir acomodando la macro y atendiendo la micro; los principales desafíos se encuentran en el frente externo. Argentina no es un país con un ratio de deuda/PBI elevado; más aun careciendo de acceso al mercado de créditos, y con un stock de reservas internacionales netas negativas; vamos camino a ahogarnos en un vaso de agua. La salida es clara; o se retoma el acceso al mercado de créditos o se vuelve a un control de cambios extremo. El último es indeseado (y con razón) por el gobierno, y tan sólo intentarlo podría derrumbar su credibilidad y asegurar el fracaso. No hay espacio para la marcha atrás. Queda sólo ir hacia el mercado de créditos, donde somos un viejo e incómodo conocido que acumula nueve defaults de deuda pública externa desde 1827. En el contexto actual nadie nos presta, y si lo hicieran sería a una tasa tan cara que resultaría insostenible repagar. Argentina tiene que demostrar y generar confianza para que nos presten con mejores condiciones. Parte de ese camino se comenzó a andar; pagando los compromisos asumidos; eliminando el déficit fiscal que origina la deuda, y dando señales económicas y políticas de buscar una economía que crezca en base a incentivos sostenibles.
Aquí también entran en juego las expectativas y la credibilidad; no hay posibilidad de ganarle a estos factores. Como parte del programa de estabilización; el equipo económico -con el presidente a la cabeza- se comprometió a mantener un esquema cambiario rígido de crawling peg hasta lograr la salida del cepo; y además, bajo ningún punto se aplicaría una devaluación. No sin dudas, pero el mercado acompañó; las expectativas de devaluación se calmaron y el 2024 pasó. Romper alguna de las promesas sería recibido por el público como un engaño; e implicaría rienda suelta a la incertidumbre y el desastre. Transcurrido el primer trimestre del nuevo año, el contexto externo se empañó. Lo que comenzó con una crisis política del gobierno por el caso $LIBRA, llegó hasta la actual guerra de tarifas con derrumbes históricos de los mercados, recortes de proyecciones de crecimiento mundial, caída de precios de los commodities; en particular los que nos interesan. La incertidumbre gana lugar, crecen las expectativas de que el gobierno no podrá resolver con éxito el sendero de regreso al mercado de crédito y se pone en precios una salida a los tropiezos del esquema de crawling peg. Dadas las circunstancias, el dólar oficial se intuye barato por el mercado: importadores aceleran y exportadores aguantan liquidaciones. Hay presión sobre los futuros. El gobierno resiste a su estrategia vendiendo reservas internacionales, la sangría se torna clara y la incertidumbre se acrecienta. Para muchos la salida resulta obvia, el gobierno debe dar el brazo a torcer con el esquema cambiario y dejar correr el tipo de cambio hasta donde el mercado lo encuentre cómodo. El gobierno en sano juicio entiende que no sería el camino correcto, rompería con sus promesas y perdería la credibilidad en un contexto negativo de alta incertidumbre. Hoy el gobierno está atrapado en su propio esquema y la apuesta está en dos frentes: el acuerdo con el FMI que traiga certidumbre y reservas frescas; y que la liquidación de exportaciones comience a pisar fuerte.
Si el contexto internacional no mejora rápidamente, la incertidumbre seguirá prevaleciendo y difícilmente se aplaque por completo la expectativa de devaluación. Si los flujos no acompañan, es probable que el BCRA siga perdiendo divisas, o en el mejor de los casos; no acumule. Acá entra el FMI, y la lectura es doble. Por un lado, el mercado sabe que el FMI no avala la política cambiaria del gobierno, y pugna por una liberalización del mercado de cambios, con algún régimen más cercano a la flotación que evite el drenaje de reservas. Por su parte el gobierno sabe que tiene una promesa de no devaluación que le será muy costosa romper en términos de credibilidad. Es entonces donde surge el FMI como la vía de salida; y el gobierno tiene que manejarse con la mayor sensibilidad. En este contexto de elevada incertidumbre no hay lógica para que el FMI reclame al gobierno una flotación libre pura; y el gobierno lo sabe. En simultaneo el FMI no prestará dólares para que se sigan dilapidando con un esquema fijo. La salida para ambos, FMI y gobierno, está en algún punto intermedio que le permita al equipo económico el abandono de su estrategia cambiaria con el menor costo de credibilidad posible, y a su vez le conceda al FMI el fin del régimen actual.
En el año 2000 el economista argentino Guillermo Calvo junto a Carmen Reinhart describieron el ‘miedo a flotar’ que atraviesan en general los países emergentes con relación a la adopción de un régimen de flotación libre. Usualmente, estos países carecen de credibilidad de sus autoridades monetarias, y tienen pasivos altamente dolarizados. Ante la incertidumbre suelen utilizar política de tasa de interés, para disipar corrida hacia el dólar; por lo que frecuentan alta volatilidad de tasas. En simultáneo suelen preferir minimizar la volatilidad del tipo de cambio, dado que ofrece a la economía un ancla nominal clara. Asimismo saben que la volatilidad cambiaria es un mecanismo de transmisión hacia la inflación. No hay duda de que el caso de Argentina se ajusta a lo descrito; el miedo a flotar tiene una justificación y de ninguna manera el equipo económico debe buscar flotar en la misma jugada en que pierde su credibilidad. Es un contrasentido.
Deberemos esperar un poco más para salir a flotar con éxito, hay que consolidar aún mas la confianza en el camino transitado. Mientras tanto, el FMI nos da una excusa para una corrección de timón necesaria al menor costo posible.
El autor es economista, profesor en la UNTDF y Director de la consultora Ecotono.
Twitter: @FG_Rayes
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